viernes, 14 de agosto de 2009

LA HUÍDA

Los desgarradores chillidos que salían de aquella boca de alcantarilla elevaban a un plano más allá de lo conjetural la posibilidad cierta de que allá abajo estuviera sucediendo algo. Me acerqué. En realidad sólo quería acercar el oído pero no encontré forma humana de acercar el oído sin acercarme yo, razón por la cual tuve que acercarme todo yo para poder trasladar así el oído a la boca de alcantarilla y poder volver a escuchar, si es lo escuchaba, lo que me parecía haber escuchado. Llegué, escuché, y apenas si pasados un par de segundos mal contados sin que se oyera nada, precisamente cuando me disponía a abandonar aquel lugar extraño con la sensación del deber cumplido, pude escuchar una especie de sonrisa nerviosa, una sonrisa insana y maligna de esas que se producen en momentos cercanos al desvanecimiento. Este entretejido de evidencias compuestas de gritos y sonrisas histéricas, ahondó en mí la idea, no sólo de que allí abajo pasaba algo, si no de que eso que pasaba le estaba pasando a un animal que ríe, razón por la cual deduje que se trataba de un congénere. Esta convicción, hiriente, profunda y hasta diría que turbadora, me hizo pensar en la conveniencia de salir de allí pitando. Mi razonamiento fue el siguiente: si poco o nada podía hacer por nadie en la superficie, a ras de suelo, mis habilidades y destrezas llegarían a valores muy cercanos al cero si tuviera que bajar al mundo subterráneo para hacer lo que tuviera que hacer. Si a lo dicho le sumamos un factor actitudinal, en este caso mi acreditada cobardía, y si a este factor le incorporamos un cuadro clínico penoso -a esas alturas constituía un verdadero milagro el hecho de que mi corazón no hubiera estallado en seiscientos pedazos-, decidí poner lo que se dice pies en polvorosa, en busca de refuerzos. Como siempre ocurre cuando se les necesita, no encontré ninguna autoridad cercana a la dar cuenta de lo ocurrido, tampoco un taxista. Al cabo de un rato, el grato paseo me permitió recobrar un sosiego indecorosamente perdido y volver a la insulsez de mi vida cotidiana rumiando, como era costumbre, mis anodinas penas de mamífero bípedo y superficial.

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