jueves, 27 de agosto de 2009

ERA DE VER

Era de ver aquella cáustica saliva creadora de pozos y de palabras, de igual forma que resultaba admirable aquel compadre capaz de perdonar las burradas de su rucio, pero no así su tristeza. La amarillura de los túmulos en el atardecer era de ver también, así como la terquedad incisiva de hombres y máquinas abriendo y taponando socavones en los vientres bajos de la ciudad. La parte en lucha contra el todo era sin duda otra cuestión digna de ser vista, no menos por cierto que el espectáculo de aquel hombre al que se podía ver muy a menudo hablando consigo de él sin que se pudieran poner de acuerdo. El poema recitado por aquella piedra, era de ver, como los huecos abiertos por los rayos de luna en la cabeza, el pecho y la garganta de aquel buen hombre, como resultado de lo cual le vino a la cabeza el pecho, el pecho a la garganta y la garganta se quedó en el aire como hecha espuma. Y la cabra de mí, esa que fue cordero tuyo, llanto de carne al fin, también era de ver.

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