jueves, 20 de agosto de 2009

EL ACABOSE

Todo comenzó de esta guisa: una carta cerrada, matasellada y provista de dirección, llegó a sus manos. Nada de lo que extrañarse hasta el momento, dado que tanto el nombre como la dirección eran suyas, y lo lógico es que, con más o menos tardanzas y dificultades en función de los niveles de calidad y eficiencia de los servicios postales de cada país, esa carta terminara finalmente por llegar a sus manos. Y allí estaba. En derredor del patriarca todo era expectación. Cavilosos y callados, los labios del destinatario de la misiva no dijeron ni esta boca es mía, dejando ver en algunos instantes, que todo hay que decirlo en honor a la verdad, ciertos brillos de insana malicia en la comisura de sus labios. Cuando por fin decidió abrir la carta, el alborozo de miradas a su alrededor era palpable. Al fin, pasados unos segundos, procedió. La convincente sinceridad con la que desgarró ese trozo de papel, ese filtro que se interponía entre él y la felicidad de sus seres queridos, era muestra evidente de lo que estaba en juego. Su mujer, y yo creo que todos los que compartíamos aquellos instantes de emoción contenida, nos sentimos conmovidos ante la extrema y triste constatación del extraordinario poder con el que la pasión tiene a bien operar en la vida de los hombres. Cuando por fin sacó el folleto del sobre, los embelesados sentidos de todos los presentes arrasaron por completo la imperturbable serenidad y comedimiento del que habitualmente hacían gala en las veladas más excitantes. Orgulloso, más próximo a la eternidad de lo que había estado nunca, levantó finalmente el vale descuento de hasta el cincuenta por ciento en cualquier establecimiento Burger King y una fantástica silla de playa con bolsa de nevera. Aquello fue el acabose.

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