sábado, 8 de agosto de 2009

HIJO DEL LIMO

En último extremo, la posibilidad misma de la forma depende de él. Y lo sabe. Empero, su sordera ante cualquier otro lamento que no sea el suyo no tiene nada que ver con ese saber. Es sólo que bastante tiene con lo suyo, con su porción de pena, y también con el hecho de haber pasado por días en los que con lo suyo no sólo bastaba si no que le sobraba para dar y tomar, días en los que de hecho no podía ni con su alma, días malos en los que realizaba esfuerzos sobrehumanos con tal de dotar de algún sentido a aquello que, como la vida, no parece tener otra génesis que el puro azar. Pero nada. Por más que las polifonías de impulsos automáticos carganban de contenido psíquico cada uno de sus gestos y que de pascuas a ramos aparecen atrevidos resabios de luz que consiguen sacar los colores a la vida, su alma silenciosa lo cierto es que su alma seguía flotando sin sentido aparente que explicara sus locos movimientos. Simple y uno, sin signo claro que le diera cobijo, terminaba el hombre sensible buscando en el abigarrado gusto por lo grotesco algo que le doliera. Y era así, con las manos doloridas y manchadas de tiempo y de silencio, como llegaba a sentirse preparado una vez más para revivir la experiencia del azar y la obsesión. Hijo del limo, sigue soñando en vano con disolverse definitivamente en la centrípeta blancura del lienzo.

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