viernes, 28 de agosto de 2009

SECUESTRO

En aquel sombrío amanecer, los sollozos en la tienda de campaña ahogaron una vez más una voz incapaz de permanecer por más tiempo en la agonía silenciosa a la que estaba condenada de por vida. Por un momento llegó a pensar que, como en otras ocasiones, unas gotas de esencia de lavanda serían suficientes para devolverla a cierto estado de normalidad. Pero está vez no. Su desconsuelo era inmenso. Tantos años de sufrir los insultos sin intentar siquiera devolver parte de la mortificación a la que era sometida habían llevado a su fin. Pensaba en sus hijas. Qué sería de sus hijas, que no sólo eran sus hijas si no también las hijas de la violación y sobre todo hijas de él. En el paroxismo de la ansiedad, y no sin cierto embeleso, cruzó el umbral de la Comisaría del distrito 30, no sin antes girar la cabeza hacía tras y posar su mirada por un instante en el añoso tejo de un jardín cercano. Cuando contó al oficial de guardia que venía a denunciar los veintidós años de secuestro, violaciones, esclavitud y maltrato continuado se tranquilizó. Con el transcurrir de los días, su invariable amabilidad era causa de asombro.

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