domingo, 2 de agosto de 2009

TRAGAPERRAS

Mucho tiempo antes de que las cosas violentas se impusieran de forma drástica y definitiva sobre las cosas bonitas, éstas, las cosas bonitas, existían, y para que me entiendan ustedes y sepan reconocerlas si alguna vez se encuentran con ellas les diré que las tales cosas bonitas eran como cosas de otro tiempo, como la voz aquella que salió del corazón de un reno y que después de escucharla nunca pensé que volviera a escuchar una voz tan bonita y tan triste por la sencilla razón de que toda la carne de aquel reno en cuestión era bonito y triste por ese orden, cosa natural por lo demás si tenemos en cuenta que su voz no era si no una prolongación de su ser. Pero como de costumbre me equivoqué. Esa misma voz, esa misma tristeza, la volví a escuchar donde las máquinas que tragan perras, algunas de las cuales son máquinas bien bonitas, cosas de otro tiempo. En fin, aquel día todo iba bien. Las máquinas tragaban perras y murmuraban números mientras diminutas bombas de litio explotaban en las neuronas de los propietarios que echaban las perras para que se las tragaran. De pronto, la luz se fue. Y fue irse la luz e irse todo, todo me refiero a todo lo que se movía que hacía algo de utilidad, de forma tal que todos nos quedamos como la luz, medio idos y con una cara de idiotas que ahora que lo pienso quizás hubiera tenido alguna utilidad de índole estética. Pero eso es otra cosa, El caso es que, justo antes de que surgieran las protestas, en ese instante de perplejidad y sosiego que precede a toda tormenta que se precie, sonó esa misma voz que escuché en el caso del reno y que en esta ocasión provenía, sin ningún lugar a dudas, de la tragaperras que tenía a mi izquierda. La tragaperras era normal, pero la propietaria de las perras que eran echadas ahí para que se las tragaran, era todo un cromo.

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