jueves, 13 de agosto de 2009

TRAS LA SOMBRA DE LA PIEDRA

La invisible trama del fósforo deja mi delantal de esfuerzos ahíto de lamparones. Sin haber batido aún un sólo huevo, la polvareda de lágrimas se esparce por la cocina hasta que la clara al punto de nieve me llega al borde mismo de las rodillas, justo a la confluencia entre el antaño y el hoy. Como esconde el gallo su cantar tras las cercas del sollozo, así procuro yo esconder mi tontería, con desigual resultado en función de los días y de los criterios de evaluación que se utilicen. Siete veces tropecé hoy, siete, en la misma piedra, y en todas ellas caí. Con todo, lo asombroso no son las llagas ni los jadeos, ni siquiera que la ósea columnata de entrometidos huesos se viera afectada de tanta pérdida del equilibrio. Lo verdaderamente asombroso es que después de la última caída me arrastrase al borde de la almohada, al gozne mismo de la inquebrantable unidad de las manos recíprocas, y llegase a imaginar a una ola mientras intentaba disfrazar sus lágrimas tras el requiebro de la espuma. Como pueden comprobar, caído y todo, trataba de imitar los hábitos de un sol curioso que intenta husmear lo que habita tras la sombra de la piedra. Y así no hay forma.

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