lunes, 24 de agosto de 2009

CORDURA

Rara vez vienes a mí, supongo que por la misma razón que rara vez los gorriones anidan en los árboles muertos. Y luego dicen que me ocurren cosas. Ver de cerca la cara que pone el vacío cuando le sorprendo con mi mirada. Verle despintado, ojeroso, sin peinar, con el cutis mustio y cansado…Oír el cuchicheo constante de las bombonas de butano que descansan en los balcones y que se dedican a malgastar su tiempo poniendo como trapos a todo el que pasa…Observar los rostros de gente con los que te cruzas por la calle y que dos horas después bien podrían ser tus asesinos… Escuchar las trompetas de Jericó y el ulular de las ambulancias sin por ello dejar de oír rumrum de las bombonas, ver la cara del vacío y observar los rostros de potenciales asesinos… Recuerdo que antaño, y por contraposición al nebuloso océano de lo real, eran tus ojos, la diminuta claridad de tus ojos, la que roía los secretos del invierno marino hasta lograr aclarar cualquier sospecha de negritud en las aguas. Hoy, empero, lo único que parece claro es la sospecha: las estructuras que conforman el fuselaje de la cordura no siempre están bien calculadas.

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