Aquella
voz, su voz, descendía desde su boca como si de un susurro se tratara. Se
estaba impartiendo a sí mismo un seminario sobre teoría del conocimiento y,
cuando esto ocurría, solía perder la noción del tiempo. Conforme avanzaba en el
discurso su voz sonaba más consistente, casi logró entender la noción del
tiempo, pero perdió el conocimiento. Al final de la perorata se acordó que
podía reírse, pero como lo hizo con desconocimiento y a destiempo, el resultado
fue una mueca horrible. Y es lo que tiene la epistemología aplicada a uno
mismo: que se escurre y no hay forma de aprehenderla.
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