Acotado entre dos puntos, que a la postre resultaron ser idénticos a los
dos ojos de aquella mujer que le traía por la calle de la amargura, la recta
chuchurría en la que su existencia quedó convertida se debatía entre dos
opciones: huir buscando de esa forma otro plano, otro eje de abscisas y
coordenadas que le resultara más propicio, eso, o, haciendo caso omiso de
miedos y legañas, insistir erre que erre ante aquél segmento de vida
extremadamente bello, mostrando a quien lo quisiera ver todo lo que de auténtico
y majestuoso había en el fondo de su corazón cartesiano.
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