La
tarde estaba para reflexiones teológicas y pensó en dios. Y pensó que dios no
necesita saber. Pensó después que, de hecho, nunca supo nada. Luego pensó que
quizás supo algo al principio, pero se le olvidó. Pensó también que desde
siempre trató de hacernos comprender su infinita indiferencia a través de
pequeños y grandes gestos, pero ni aún así. Pensó que dios tendría cierta
melancolía en sus ojos y, antes de levantarse del taburete del bar, pensó
también que, de poder, a dios le gustaría escapar del aire rancio y cansino que
supura la historia de los hombres. Ya en casa dejó de pensar en dios y pensó en
la cena.
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