jueves, 30 de mayo de 2013

EL ALMUERZO


Rodeado de miedos, el vigilante del universo se dispuso un día más a hacer su trabajo. Envuelto en los únicos calcetines fríos del mundo, y ayudado por un astrolabio estropeado a fuerza de olvidos, su mirada escarnecida iba anotando las colas de cada cometa, las tristes cosechas de tristezas astrales y, por muy viejas que fueran, los nombres de todas estrellas que pasaban por su balcón. A veces, un maremoto de piedras sacudía su cabeza y el pulso de su corazón de litio se aceleraba, dando pie a obtusos espejismos. Era el momento de apagar las luces e irse a almorzar.

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