No
se sabe si por no molestarse, por vergüenza o por un asunto de principios, el
caso es que nunca terminaba de decidirse a dar el paso. Lo había pensado tantas
veces que ya resultaba un lugar común en sus soliloquios de barrendero
enamorado. Buena o mala, siempre había una excusa. Lo acerado del cielo en un
día tonto de invierno, lo escaso del sueldo, la burla…En realidad se trataba de
una fuerza terrible que operaba en su cerebro y que le forzaba a deambular
escondido de su propia vida. Podría ser tan fácil, tan natural.
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