Tumbado
en la cama contemplaba su espíritu y lo veía como un hueco plenamente hueco, un
vacío que decrecía por momentos y cuyo fin o función no alcanzaba a comprender.
Pero todo esto no eran más pajas mentales que se terminaban cada mañana en el
momento justo de investirse la rayada camiseta de su equipo del alma. En ese
preciso instante, cuando el cuello de la camisa bajaba por su cara y el escudo
llegaba al corazón, sentía cómo las piedras tenían un sentido, cada insecto,
cada mamífero tenía una naturaleza, un ser, y él ,por fin, también tenía el
suyo.
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