Voraz como de costumbre, su mirada dibujó un esbozo de anhelo. Fue sólo un
instante, una sola mirada, lo suficiente en todo caso como para que el vaho se
quedara reflejado en el cristal y los adioses entrecortados no pudieran evitar
lo inevitable. Nunca pudo sustraerse del todo –seamos honrados: tampoco lo
intentó- a la sensación de orfandad provocada por aquél sueño.
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