No
tenía de sí mismo una buena opinión, pero cuando se dividía, lo que solía
acontecer toditas las mañanas, liberaba una suerte de energía
esquizofrénicamente limpia que le servía para salir de la habitación, recorrer
el pasillo y abrir la puerta de la nevera. En la alcoba o en la cocina, aquí
pero también allí, los números se le antojaban imprescindibles para encontrar
sentido al mundo, o al menos a ciertas partes del mundo.
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