La ausencia
de palabras en aquella atmósfera tierna y lastimosa invitaba a imaginar cosas cuya
realidad rara vez se advertía. Fue entonces cuando la poderosa elegia surgió de
su boca como un volcán iracundo al que la tristeza le hubiera insuflado el
valor suficiente para explotar. Nunca se le ocurrió mirar atrás, ni volver
allí, donde dejó la quejumbre por quien tanto quería.
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