Era costumbre entre los jóvenes del lugar
llevar en el bolsillo del pantalón una pequeña navaja con la que jugar a
sentirse mayores. Así pertrechados, callejeaban por el casco antiguo de la
ciudad sin otra obligación que atender en cada momento aquello que le fuera
dictando el azar de su propia vida. Aquella noche, la voz proveniente de una
oscura garganta le hizo girar la cabeza primero, y sus pasos después, para
adentrarse en un callejón del que nunca salió.
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