Se embelesaba viéndola tras el cristal, explicitándose ante
sí mismo todo lo que de animal había en su interior, que era mucho. No siempre
fue así. Antaño anduvo al encuentro de otras cosas (que llamó inteligencia, que
llamó sensibilidad, que llamó dulzura), sin que obtuviera más réditos que la
sensación de un dolor estúpido rodeado de vacío. En la actualidad se limitaba a
amar ciertos cuerpos, y en eso consistía su tipología concreta de racionalidad
animal. La única ventaja de esta nueva estrategia, nada desdeñable por cierto,
es que no parecía procurarle un mal excesivo.
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