Se
apoderó de su cabeza un tumulto que en modo alguno le pertenecía. Pasaba por la
ventana camuflado en medio de constelaciones de mariposas, le dejó entrar, y
despertó con él entre las sienes. Nada pudo hacer la herencia de patio, higuera
y olivo, ni la bienvenida de miel, ni la nieve que hizo la veces de luz
hereditaria. La ira se adueñó de su ser, y a punto estuvo de hacerle añicos.
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