Las nubes se amontonaban en su cuarto de forma que las sábanas semejaban
planicies de sal y las almohadas cordilleras inaccesibles donde los dioses
reposaban sus cabelleras de mármol. Sus ojos iban y venían de las estrellas a
un cuello de aspecto dubitativo, mientras un pájaro irreconocible piaba y piaba
en reclamo de su merecida ración de labios. Ya no recuerda más. Un reloj de
arena. Un libro azul, quizás.
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