Como si de un salmón se tratara, decían de
él que tenía la voz nasal y algo ahumada. Pero en esta ocasión no dijo nada.
Aquella mujer salía camino del crematorio y en la penumbra del coche fúnebre no
había nada que decir. Bajó la ventanilla, pero tampoco oyó comentario alguno que
proviniera de aquella manada de arbustos de hoja perenne cuando el sol de
noviembre se derramó inmisericorde sobre ellos. Eran las doce, y no había nada
que decir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario