Gotero y manantial de profundas nimiedades,
la mar se revelaba ante sus ojos con una plenitud extraordinaria. Lo cierto es
que aquella masa centrífuga y vital, pletórica de eternidad, vivía en él, y
allí donde fuera, en masculino o en femenino, por activa o por pasiva, la
llevaba siempre consigo, amándola con la tranquilidad que se ama a quien te da
la vida.
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