Esa expresión permanentemente cansina y
casi triste, algo habitual entre personas de costumbres frías, llegaba en él a
extremos enfermizos. Por poner un ejemplo les diré que el beso de buenos días
que todas las mañanas ofrecía a su esposa en el carrillo derecho de su
mortecino rostro, siempre en el carrillo derecho, se convirtió con el pasar de
los años en un gesto a medio camino entre lo sagrado y lo fantasmagórico. En
toda época y lugar los hombres han abusado del tiempo y de los otros hombres,
pero su caso era especial.
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