Sabía
que podía decir algo, sabía incluso cuándo decirlo, aunque con frecuencia ignoraba
el qué, de ahí que en general se sintiera más cómodo arrimado a los números que
a las letras. También le gustaba el futbol. Cuando le llegaba el balón temblaba
con la dulzura propia de un perrito juguetón. Ayer no vino a jugar el
partidillo de media tarde. Al parecer, se demoró en su entierro.
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