Pensaba
que un cielo sin nubes, exactamente igual que un asesino acorralado, también
puede matar. Ese pensamiento se diluyó al tiempo que otro ocupaba su lugar: en
lo que tiene de turbación y vértigo mental, nada más lógico que la inconsciente
perfección de la pasión. Con los ojos perdidos en el infinito de una enorme
gotera que decoraba el techo, pensó que, entrevenado con las alegrías
encontraba siempre presentimientos de maldad. Y eso no podía ser bueno.
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