El
mundo de los hombres le pareció confuso y, como quien no quiere la cosa, optó
por recluirse entregándose por entero a la contemplación de lo oculto. En el
vecindario no se había visto cosa igual. A falta de leyes divinas, tuvo
improvisar unas normas básicas para le orientaran en el gobierno de sí mismo,
al tiempo que se iniciaba en el culto de lo más sagrado y escaso por aquellos
pagos: el silencio. Nunca llegó a sentir ante sí fuerza alguna que, proviniendo
del más allá, se derramara sobre él. Tampoco le hizo falta. Encontró su camino,
y eso bastaba.
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