Cuenta de Quinto que, una tarde tonta de esas que tanto abundan,
el ciego Borges buscaba a tientas una mano amiga para cruzar la calle, y cuenta
también que, sin saberlo, cogió la mano de otro ciego, de modo que juntos
cruzaron finalmente la Avenida 18 de julio de Buenos Aires. Lo que pasó después
no lo cuenta el tal de Quinto pero se lo cuento yo: cuando el ciego anónimo se
desprendió de su mano y le dio las gracias, Borges escuchó en su cabeza algo
parecido a un rumor mezcla de todas las músicas, y todo él fue conquistado por
la consciencia, la Cábala y la estupefacción.
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