lunes, 27 de julio de 2015

TABERNAS

Siempre se mantenía a una prudente distancia de los muertos. Esa es la explicación última que encuentran quienes le conocen para explicar el hecho de que, aún a pesar de ser muy macho, de su cuerpo emanara permanentemente una mezcla compleja de gases, vapores y polvo, olores al fin, indisolublemente asociados a la fertilidad. Los sábados, en la taberna, la vaina era otra. El ulular de sus gritos de borracho impenitente (¡hoy se bebe!, decía el beodo) eran conocidos en toda la comarca, tornándose sus efluvios de fragantes y frutales en algo químico cercano a lo podrido, como si un revoltijo extraño de ron, orín y sangre se hubiera adueñado de toditos los poros de su piel. Es lo que tienen las tabernas, que capaces son de mutar las almas, y hasta el metabolismo, de sus parroquianos más ilustres.

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