Se
descubría continuamente incrustando su yo en las circunstancias del vivir, de
modo tal, o por mejor decir, con tal mala suerte, que siempre o casi siempre sus
circunstancias se salvaban quedando el portador del yo condenado a pasar las de
Caín. Esto que les cuento, y que lo supe porque él me lo contó, él lo supo a su
vez porque se lo contaron, ya que si por él hubiera sido hay que decir que todo
–circunstancias e incrustaciones incluidas- hubieran quedado olvidadas en el
tigre del último bar que visitó, que es como decir en las orillas del Leteo.
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