No había perdido el hábito de la imaginación de modo que, aun a
pesar de que los edificios eran feos y de que una luz cansina iluminaba sin
mucha convicción las calles del barrio, él veía las cosas y las personas como
si las estuviese viendo por primera vez, como si hoy hubiera nacido al mundo.
Había brillo en su mirada, y eso bastaba y sobraba para iniciar con ganas y
mucha curiosidad una vuelta más alrededor del Sol.
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