jueves, 23 de julio de 2015

LA VOZ

Detrás de él, más o menos a la altura de su oreja izquierda, había algo o alguien que, de vez en cuando y sin venir a cuento, le susurraba estupideces. El acto previo a cualquier inicio de comunicación entre la cosa y él consistía en un vacío auditivo total que se prolongaba durante unos segundos y se le antojaban eternos. De pronto, en perfecto castellano, escuchaba frases del tipo “vaya mierda de afeitado”, o “hazte una manta con la pelusa del ombligo”, y tonterías por el estilo. No recuerda risas ni monosílabos aislados. Hace poco la voz formuló una pregunta, la única de la que tenía recuerdo (¿me entiendes?), dicho lo cual el ser parlante se tornó mudo.

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