La eternidad habitó en aquella ducha, de eso no hay duda, y lo hizo de modo tal que el orden del universo entero fluyó sin apenas esfuerzo bajo aquel aguacero de caricias húmedas, abrazos escurridizos y besos que no pueden calificarse si no de rabiosos. Una araña se ahogó ante tamaño exceso de humedad, no sin antes tomar buena nota -en el libro donde todo está escrito- del lujurioso acontecimiento que allí tuvo lugar.
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