El día comenzó como suelen comenzar todos los días: fruto de un
estímulo, abrí los ojos. En esta ocasión, a diferencia de otros días, los volví
a cerrar de inmediato. Una luz parecida a la luz del fin del mundo, una especie
de contra estímulo feroz, se adueño de mi iris provocándome -con todos sus
múltiples matices- un dolor semejante al de una patada en los mismísimos huevos
del sistema nervioso central. Ciego y con los testículos destrozados, no me
quedó otra que reflexionar. Nunca supe si fue sueño, pesadilla o una cortina
mal cerrada. Lo cierto es que el tiempo y el dolor terminaron por atravesarme,
y con ellos un día más.
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