Comulgó
luz –vale decir que bebió y comió- hasta que, libre de necesidad, hizo sonar lo
que parecía un sonajero de estrellas arracimadas en el aire. Más tarde, bajito
y de puntillas, se desplegó en la cama para perderse entre los hábitos de un
algo que fluía. Ahora susurra voces contra la almohada, pero la palabra, otrora
translúcida, se niega a revelar el sosiego de las aguas y lo que de
incomunicable hay en la sal y en el aire. A pierna suelta y calzón quitado,
duerme al fin.
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