Monógamo por pereza, aunque de temperamento lenguaraz y osamenta
artrítica, sintió al verla bajar de aquel autobús un calor distinto a todo tipo
de calor anteriormente conocido. Tan
fuerte fue la cosa que, ni corto ni perezoso, se dispuso en los escasos segundos
que duro la aparición a dejar de un lado todos sus principios, como quien dice
toda la amargura resabiada y todo el conformismo del que habitualmente hacía
gala, cruzar la calle nadando en sudor y dirigirse a ella proclamándola su amor
eterno. Lamentablemente, una sucesión de desgracias varias, entre las que cabe
destacar el atropello que sufrió a manos de un taxista desaprensivo, hizo que
todo quedara en agua de borrajas.
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