domingo, 7 de febrero de 2016

EN LA CAMA DE LA 470


La sombra de un silencio espeso y enorme reinó durante toda la noche hasta que, por fin, los gallos del amanecer cantaron sus coros y, aquello que en principio no era sino el débil conato de un hilillo de alba, fue lo que hizo posible que los cielos se tornaran feéricos. Hasta ahí, nada que objetar. Llamaba mi atención, empero, la indiferencia de ese mismo firmamento ante las desgracias de un tal señor Manuel que, en medio de todo tipo de ayees y suspiros, respiraba en la cama de la 470 perfectamente muerto. O casi.

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