Tuvo mucha suerte porque, circunscribiéndose de forma estricta a
esa parcela de tiempo y espacio que llevaba vivido, no podía decirse que
llevara una mala vida. Aun así se marchó, o por mejor decir se evaporó, como el
roció cuando sale el sol. Todo fue muy rápido. Notó cómo la frontera entre su
sombra y él se fue diluyendo hasta que, a la luz de domingo cualquiera, dejó de
ser.
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