Se
sintió implacable y definitivamente perdido. Y era tal el tamaño de su
extravío, tan distantes y misteriosos los barrancos en los que se veía sumido,
que cualquier labor redentora la juzgaba inútil. Estaba seguro de que algo
grave había hecho, deshecho o dejado de hacer mucho tiempo atrás, quizás en
otra vida, de modo que el descarrío presente lo vivía como el cumplimiento de
una pena incomprensible al tiempo que irreversible. Algo lo asfixiaba como si
una enorme espina de pescado se hubiera alojado en su gaznate. Además, nunca le
gustaron las camisas de fuerza. Así las cosas, a nadie le extrañó el hecho de
que, sin apenas inflexión en su voz, como quien dice arrastrándola, manifestara
su disgusto por este estado de cosas en el que se veía sumido.
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