Entre
aquellos días y los otros habitaba un hoy pleno en el que todo su ser formaba
parte de una dicha silenciosa y cierta. La memorable y fina estampa de su
cuerpo reclamando su presencia bajo el quicio de la puerta, y las menguantes
lunas de insomnio y sexo dolorido, no eran sino escenas de un paisaje
hambriento y de un complot de soles sin el cual sentían frío.
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