Llevaba mucho tiempo inmerso en un esfuerzo permanente por pulir
sus innatas habilidades como víctima. Llegó un momento en que, en esta tarea de
perfeccionamiento faraónica, la imaginación se convirtió en un instrumento de
vital importancia en orden al cumplimiento de sus objetivos finales. A este
respecto podemos decir, porque así lo dejó escrito, que imaginaba la muerte
como la ausencia total de ruido, una suerte de silencio infinito –impar por
tanto-, una ecuación en la que la suma total de todos los impulsos químicos
disponibles, incluidos los neuronales, daba como resultado cero. Pues bien, lo
cierto es que hacía ya día y medio que sumaba cero, y su aspecto seguía siendo
sonrosado y, al decir de algunos, magnífico. Algo no iba bien.
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