En la geografía de su mapa neuronal, a modo de flora y fauna,
habitaban un sin fin de morfemas y lexemas que se sucedían sin mucha ilación y
que daban como resultado una extraña cháchara de códigos incomprensibles para
el propietario de la mente, especialmente en las noches de invierno, y para el
resto de los de su especie en cualesquiera estación del año. Hasta ahí lo peor.
Lo mejor es que tenía una mujer rica, hecha de pan y tomate, y a su lado, en la
cocina, el aire desaparecía.
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