lunes, 22 de febrero de 2016

SAHEL


Cada cual adecentaba como podía, en medio de un murmullo de plegarias mudas, el socavón que le tocó en suerte. El cielo, renegrido de miedo y ceniza monótona, contrastaba con la amarilla espesura del aire y la macabra desolación de los ojos siempre yermos. El rictus del hambre en sus rostros era el mismo. Las nubes de moscas también. Sin embargo, los vientres convexos del Sahel ya no eran noticia.

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