Estaba ahí sentada, y a punto he estado de decir que estaba ahí
sentada con sencillez, pero lo cierto es que esto último sería faltar a la
verdad. La bata de fieltro rosa que le
cubría y que se había agenciado vaya usted a saber dónde, unido a esos calzoncillos
con tirantes que lucía por toda indumentaria, aumentaba una apariencia ya de
por si extravagante y desusada. El caso es que ahí estaba sentada Lilith, la
primera mujer de Adán una vez expulsado del paraíso, con una pose carente de
cualquier significado moral, parpadeando muy deprisa y emitiendo un aullido
mudo que, quizás por eso, resultaba desgarrador.
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