martes, 9 de febrero de 2016

MILAGRO

Su conversación de normal lejana y algo borrosa, unida a una inmejorable ignorancia de la lengua alemana y, porque no decirlo, a una ausencia proverbial de escrúpulos ortográficos y sintácticos aplicable a cualquier lengua, daban como resultado un estado de recogimiento físico y emocional sólo al alcance de una élite selectísima de santurrones hindús. He de decir en su favor que, en los ocho meses en los que permaneció encerrado en aquella fría habitación de la ciudad de München, lejos de ampliar la tirria natural que se tenía a sí mismo, aprendió a quererse. Lo que no es poco y, ciertamente, raya el milagro.

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