Pensaba que fuera de su mente no había
nada, absolutamente nada: una amalgama de fluidos energéticos sin forma alguna
y sin conciencia de sí. Su cabeza, empero, chorreaba tinta. Bien es verdad que
estas dos verdades de barquero, al filo de un crepúsculo frío y algo aburrido,
no resolvían ninguno de los problemas prácticos a los que se enfrentaba, y que
los mares de vino que navegaban por sus arterias tampoco aportaban mucho en
esta búsqueda del necesario pragmatismo. Así las cosas, y dada la hora, quizás lo
más razonable fuera refugiarse en el subconsciente y ver qué pasa. Y eso hizo.
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