jueves, 8 de enero de 2009

EL CARNICERO

Asombrado de avanzar, corto el salitre profundo y levanto allí donde puedo humildes altares a los oxígenos, los cloros y los hidrógenos que me permiten flotar en altiva ligereza. Nado al fin, y mientras nado nada ocurre, pero pienso, que es lo peor, y pienso por ejemplo en el carnicero neoliberal que, con científica parsimonia y meticuloso tiento, descuartiza la cosa pública como se descuartiza una res. Cuento los largos y las varas de mi camisa, y al lanzar la brazada sobre la ola, él continúa ahí, impertérrito ante el espanto de los cuerpos encorvados, abriendo en canal los pechos de yunque fiero, tiznados y velludos, que en su día fueron refugio de viejas plusvalías y que hoy, como los bueyes, se limitan a babear mirando al mundo con ojos de carnero degollado. Termino el esfuerzo pero el carnicero no da por finalizado el suyo, y continúa erre que erre en su esclava pero bien pagada labor. A lo lejos, la diosa del turno de tarde toma la temperatura del agua mientras Adonis se acaricia las guedejas suspensas de su empenachada cabeza. Neptuno sigue sin dar señales de vida, y un servidor vuelve a la suya, ahora ya casi seca, casi firme, mientras el carnicero, sonriente, asoma sus narices por entre el plasma de la pantalla.

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