jueves, 15 de enero de 2009

LAS HORAS BOBAS

Andan sueltas las horas bobas de un mes cualquiera, vagando como almas en pena por los limbos de un tiempo espeso, y todo para terminar apareciendo ante mí como lo que son: puros signos de ausencias. Desde el sofá, mando en mano, las ves pasar exactas, y a tal punto de exactitud llegan, que ni pintadas serían de mayor agrado a los duendes de la siesta. Dado el contexto, nadie se asombra al ver las desfondadas distancias que separan los sueños hundidos e irrefutables de las irrealizables voluntades. Entre unas y otras, a caballo de tanta erre, el sueño llegó y dio comienzo el espectáculo. Cobijados tras las nubes, los jirones de tiempo sin carne se abalanzaban sobre mí, exhaustos tras su paso por las flores, la arena y el cristal. Los linos voladores y las certeras alas trepaban al unísono por un aire que se me antojaba querencioso y esquivo a un mismo tiempo. Todo era fiesta y dádivas. Los regalos consistían en collares de azar y ámbar, deslices ensartados en anillos y pulseras de caprichosas sales repujadas al sol. Justo cuando los cielos en deriva y las espumas se afanaban en ocultar las voces de mar, sonó el timbre. Abrí un ojo, lo cerré, y no volví a mover ni un músculo.

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