miércoles, 28 de enero de 2009

ERRE QUE ERRE

Erre que erre, aquí me veo una vez más a vueltas con lo mismo. De nuevo ese “que te compre quien te entienda” que me deja seco en el sitio, como fulminado. Mira que se lo tengo dicho, que mida sus palabras, y se lo tengo dicho porque creo que no es del todo consciente del daño que me pueden llegar a hacer esas voces que, mezcladas con inanes vientos, salen de su boca. Sabe perfectamente que no soy más que un insensato bendecido por su gracia, pero ni su gracia ni mi insensatez provocan conocimiento en modo alguno. Consecuencia: que no me compran. Y menos mal que el común de los compradores poco o nada saben, eso espero, de la de espacio y silencios que necesito para vivir, sobre todo para caminar viviendo, y lo que me gustan las revueltas de flores, y ese espíritu amorfo y bruto repleto de demonios que vive en perpetua conspiración y que me conduce a ir abriendo las puertas que Jim Morrison dejó sin abrir. Porque es lo que yo la digo: casi es mejor que me compren sin comprenderme, porque así y no de otra forma es como se debe comprar en la sociedad rápida de consumo rápido que nos ha tocado sufrir, especialmente a los vendidos. Y es que los que tenemos problemas de pequeñitos tenemos problemas de mayorcitos. En mi caso, vivía y vivo en medio de la oscuridad, y por eso no hago más que abrir tantas y tantas puertas que todo el mundo deja cerradas para que sean abiertas. Pero eso no vende. Ahora para cualquier cosa te hacen un test. Incluso para portero de discoteca. Como tampoco venden los poetas de hierro que, a fuerza de resultar empedernidamente extraños, o sólo extrañísimos, pues no hay quien los entienda, la verdad, con el resultado comercial que mi madre reproduce en su dicho machacón. Pero es lo que yo digo: ¿qué más da que me comprendan, siendo, como soy sin duda, un real visceralista que ha decidido traicionar a los suyos no cambiando ni un gramo, como quien dice nada, de la métrica clásica?. Como dos y dos son cuatro que con dos como yo todo el poder del infrarrealismo se iba al carajo. Mírenlo de esta forma: a las moscas, como a mí, les pica la luz, pero a las lagartijas, como a mí, las da la vida, razón por la cual concluí que a ese paso podía acabar convertido en un híbrido de mosca y lagartija, incomprensible de todo punto de vista, e incomprable, que es lo peor. Incómodo testigo de mi propio escribir, a veces resulto magnífico, como la tormenta de ayer, donde soy capaz de dejar reflejado algo de la luminosidad del rayo, resultando al día siguiente, especialmente para los que me rodean, algo indigerible que termina, al gusto de Bulteau, medio arrodillado ante la crispada boca de las hadas.

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