viernes, 30 de enero de 2009

¿QUÉ DECIR DE UNO MISMO?

Si fuera al menos valiente podría decir que no es más, ni menos, que un aprendiz de loco, prisionero de su propia cabeza. Podría decir también que no se ama, lo que le permite adentrarse en los vericuetos de su existencia como lo haría una puta bien pagada, con profesionalidad y codificados gestos de displicencia. Ya puestos, podría decir también que sabe poco e intuye que deben existir al menos dos maneras de escribir, pero lamentablemente no conoce más que una. Buen bebedor de almas y hábil a la hora de atravesar despierto el mundo de los sueños, no muestra extrañeza ante el amor y pareciera como si en su interior alguien se encontrara en un proceso de fuga constante. Celebra, siempre que puede, el doloroso triunfo de lo impar, y es propenso a buscar el enigma que explique la existencia del tirano. Podría decir de él que tiene una forma peculiar de posar la mirada sobre la realidad que se traduce en un ejercicio constante de rastreo selectivo sobre qué mirar y cómo mirarlo, sobre qué se dice y cómo se dice. Como un escarabajo en libertad condicional, deambula detrás de las bambalinas alimentándose de un subsuelo espiritual formado por pedregales ensangrentados y por emociones a medio camino entre la plegaria y la imprecación. Confuso, suele entremezclar descuidadamente la trama con el argumento, la razón con el corazón, los mimbres con la forma barroca y promiscua en la que éstos se entreveran, todo ello con claustrofóbicas consecuencias a modo de soliloquios en los que abundan los estacazos y los zarpazos contradictorios. Podría decir de él que es crédulo: le cuentan que el negro Hussein pasó por el ojo de la aguja, y se lo cree. ¿Qué más decir de uno mismo? Que habla en exceso pensando, cuando piensa, que tiempo habrá para el monopolio del silencio.

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